Existen infinidad de estadísticas y datos sobre la criminalidad actual.
Bandas, mafias y terrorismo es la calaña con la que el siglo XXI parece haber nacido, nada nuevo en realidad.
Lo novedoso es el enorme nivel táctico, tecnológico y asociativo que estas organizaciones parecen poseer actualmente.
Además, a todo esto debemos añadir una desmesurada capacidad de ejercer la violencia de forma brutal, inhumana y por si fuera poco, totalmente absurda para una mente racional.
Trabajos publicados por el SITE Intelligence Group analizan en conjunto los riesgos de las sociedades occidentales para el fin de la primera década del siglo XXI, concretando una imagen de la naturaleza del criminal tipo y su modo de operar. En el caso específico del agresor violento y directo encontramos las siguientes características:
- Edad media: 15 a 28 años.
- En el 35 por ciento de los delitos el criminal agrede a sus víctimas a pesar de no ofrecer resistencia.
- En el 65 por ciento de los casos se emplean armas de fuego.
- En el 28 por ciento se sirven de armas filo-punzantes.
- En el 81 por ciento de los casos actúan dos o más individuos.
El mismo Instituto ofrece un estudio de los motivos psicológicos para este aumento tan desmesurado de la violencia del criminal medio. Teniendo en cuenta que pese a las diferencias de motivación entre bandas, mafias y grupos terroristas, con sus distintas metas y, digámoslo así, filosofías, existen rasgos comunes en mayor o menor grado.
Viven dentro de un completo “culto a la violencia”. Su definición como individuos llega a través de su capacidad para hacer daño. Encuentran en esta violencia una forma de sobresalir imponiendo sus propias reglas, convirtiéndose en una forma de confirmación de su estatus de poder.
Nada es negociable con reglas del tipo "me gusta, me lo quedo" o "Dios (o la Justicia o la razón) está de nuestra parte".
Por contra existe una necesidad de imponer el poder, y como ese poder es puesto a prueba de forma permanente (o eso creen) no desechan la oportunidad de demostrarlo, incluso con víctimas indefensas.
De forma paralela, incluso los delincuentes de bajo nivel se han vuelto más agresivos, sangrientos e implacables, tanto por imitación como por método de supervivencia y de ganar prestigio.
Vivir sin más referencias que el grupo al que han decidido pertenecer, hace que sus pensamientos sean muy lineales, en cualquier momento pueden morir y por ello se dan a todo tipo de excesos, como drogas, violencia, sexo, religiosidad y/o política extrema, etc. con una conclusión en la que la vida, tanto ajena como propia, no tiene el menor valor.
Así mismo, el asesinato llega a ser una forma de obtener méritos dentro del grupo. Cuanta mayor violencia sean capaz de ejercer, mayor probabilidad habrá de alcanzar el liderato del grupo. El asesinato deja de ser una carga moral para convertirse en una forma de puntuación y mejora, desvinculándose totalmente de humanidad y carga emocional.
El acto de provocar la muerte de otro ser humano junto con el valor que se le da a esa vida es algo que, en individuos moral y emocionalmente sanos, de forma general suele ralentizar la toma de decisiones a la hora de luchar por la supervivencia, la duda mata. Como contrapunto tenemos que el criminal no duda en ello, convirtiéndose en enormemente eficaz a la hora de actuar.
En los países occidentales las muertes por armas de fuego se ha incrementado en un 80 por ciento en el primer lustro de siglo, lo que parece demostrar que la eficacia técnica del criminal también ha tenido un incremento. El ciudadano común tiende ha pensar esto mismo, pero añadiendo un dato preocupante, la mejora técnica de su contraparte, las fuerzas policiales y militares, no han seguido el mismo crecimiento. Algo que no es en modo alguno correcto.
Algo muy preocupante es que generalmente el delincuente, si tiene el infortunio (para él, que no para el ciudadano) de acabar en prisión, goza de las veinticuatro horas del día para estudiar los distintos modus operandi, e, lo que es más preocupante, intercambiar información con los demás reclusos, lo que acaba constituyendo cualquier cárcel en una auténtica universidad del delito. Esta dedicación exclusiva (no tienen otra tarea) genera que rápidamente se conviertan en especialistas en la materia por la que hayan optado para delinquir.
Pero no debemos llevarnos a engaño, el criminal es quien muere en la mayor parte de las ocasiones, y esto es así en prácticamente todo el globo. Salvo en casos muy concretos su nivel de instrucción con armas de fuego es bajo o muy bajo, siendo habitual que Hollywood sea el instructor predilecto, además de otras vías más técnicas como internet. Raro, pero no por ello descartable, es el criminal con un nivel medio alto, y mucho más raro, y por tanto más peligroso, el criminal con un nivel muy alto de adiestramiento.
El hecho es que la inmensa mayoría de los criminales, del pelaje que sean o presuman ser, deben considerarse poseedores de niveles bajos y muy bajos de instrucción. Entonces, ¿qué factores influyen en su aparente eficacia? Estos factores poco tienen que ver con su adiestramiento previo, sino más bien con la situación que representa y genera un enfrentamiento armado, en lo que se denomina dinámica del enfrentamiento.
Existen infinidad de informes, estudios y estadísticas de todo el mundo y todo entorno social. Las conclusiones que se sacan de su análisis son aterradoras, si bien, para un experto, quizá nada sorprendentes.