Desde siempre los buenos estrategas, tácticos y operadores han sabido que el esperar a ver lo que hace el adversario no es la mejor forma buscar la victoria y la supervivencia. Que estas dos caprichosas damas prefieren a las personas dinámicas, atentas, previsoras y sobre todo ágiles, tanto de mente como de cuerpo.
Pero ello no implica agredir a todo aquel que nos mire dos veces seguidas, ni estar saltando cada vez que alguien se lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón, o llamar solicitando apoyo de la unida DELTA más cercana al ver a varios tipos malencarados y con pantalones 5.11 en la mesa cercana a la puerta del bar donde estamos tomando café.
Lo que si implica es siempre movernos y maniobrar para ofrecer los menores puntos ciegos y ángulos de ataque, y menores no es sinónimo de inexistentes, recuerden eso. Implica el intentar poner a nuestros posibles e hipotéticos adversarios en posiciones débiles. Inducirlos a aparentes posiciones rentables que en realidad sean trampas. Implica el provocarlos para que abandonen posiciones ventajosas, y acaben respondiendo con opciones negativas para ellos.
Un adversario en esa situación acaba desconcertado, frustrado y enfurecido, los tres principios básicos para generar los peores errores fatales, para él, obviamente.
Algunos, al leer estas líneas, pensarán que estoy hablando de combate puro y duro, en cualquier lugar del violento mundo donde nos ha tocado vivir, y ello, lo aseguro, nada más lejos de mi intención y de la realidad.
El más humilde ciudadano puede aplicar estos principios no solo en situaciones de riesgo extremo, sino también en el día a día social y laboral, pero también, con la inseguridad ciudadana en curso, en cualquier salida de compras o de simple sociabilidad.
Cuanto más para todos aquellos que se dediquen a la seguridad, profesionales armados de toda clase y nivel.
No se requiere el autogenerar una paranoia, pero si el tener claro el mundo en el que vivimos, lo que por nuestro estatus, posición, situación o dedicación podemos encontrarnos, y que actitudes y reflejos podemos educar y generar para ofrecer un blanco mínimo o inabordable, aun sin ser conscientes de nada concreto.
En un enfrentamiento armado, como todo en la vida en realidad, el cerebro es más importante que el músculo, y en el caso que nos ocupa, la movilidad y la posición son más significativas que las armas.
Sun Tzu lo exponía, un adversario colocado en situación débil es más sensible a la presión psicológica, y en nuestro caso concreto ello no solo no es diferente si no que es mucho más fácilmente aplicable.
Un agresor que no encuentra ángulos fáciles de ataque, que tras alcanzar una posición favorable descubre que nosotros, el blanco, ya no estamos colocados en el mismo lugar o de la misma forma, poco a poco va debilitando su decisión. Se hace también más fácilmente detectable, comete más errores, se precipita cuando debe ser calmado, permanece mirando más tiempo de la cuenta y cuando no debería, y cuando llega el momento de la verdad no se decide.
Por contra, un adversario que por instinto y costumbre se coloque en posiciones que le permitan movilidad, observación y espacio de maniobra, raramente será pillado desprevenido, aun cuando no haya detectado nada, y a la vez le facilita la detección de dichos posibles agresores.
Si en la situación preventiva ya vemos la enorme importancia que posee una actitud correcta, es evidente que una vez comenzado el “baile”, ¿existe algo más maniobrero y móvil que el baile?, esta misma actitud de movilidad y maniobra adquiere su máxima representación, no más importante que lo anterior, pero si más visible y aparente.
La idea del combate móvil y de maniobra implica una forma de pensar distinta. Lo tradicional y viril es considerar en combatir frente a frente, cara a cara y golpe a golpe. Pero nada más lejos de la realidad de todos los tiempos. Napoleón fue uno de los ponentes máximos de este principio aplicado a la estrategia, al igual que Rommel en la táctica. La Primera Guerra Mundial fue el ejemplo histórico del desprecio de dicho principio.
Pero estos ejemplos, si bien no son malos, escapan del campo que nos ocupa, el del profesional armado, ya sea individualmente o en equipo. Y aquí los ejemplos no son menos significativos. David derrotó a Goliath por la agilidad, si no física, si táctica. Claro que si este ejemplo podría considerarse irreal podemos tener en cuenta a Wyatt (Berry Stapp) Earp y a Miyamoto Musashi, por buscar dos ejemplos temporal y culturalmente dispares. Pero no creo que sea necesario buscar ejemplos famosos, con los cotidianos basta, el concepto es evidente para todos.
Lo que realmente importa es como logramos que nuestra mente viva con ese concepto y siempre busque estar en posición de ventaja, no para dominar, si no para prevenir. Se puede estar inmóvil mas no estático. Nuestros gestos, posición de pies, lugar, atención pueden ser vigilados e interpretados, y es todo eso lo que nosotros debemos educar para ofrecer siempre una posición dinámica aun sentado en un cómodo y lujoso sofá del mejor hotel.
El pecado mayor es ser reactivo, el permitir que nos tengan en una posición sin capacidad de respuesta. Para ello no es necesario llegar a un lugar y planificar miles de supuestos, que en según qué casos también se debe considerar, lo que debemos tener claro es que lugares son los más expuestos y que posición ocupamos nosotros, ya sea espacial, laboral o socialmente, para ofrecer un objetivo más difícil.
Llegado a este punto nuestra mente adquirirá instintivamente posiciones de fuerza, la espalda contra la pared y mirando hacia la puerta del bar es la más habitual para muchos de nosotros, estemos o no trabajando o en zonas de riesgo, y la que normalmente nuestros conocidos y parejas ya nos sueltan directamente, “tu siéntate ahí que si no se te atraganta la comida y no te relajas”. Seguro que esta anécdota la tiene en mente más de un lector con una media sonrisa.
Y puestos en estos berenjenales ¿cómo logramos todo lo anterior de forma eficaz? No es fácil pero podemos intentar buscar algunos principios.
El primero podría ser una planificación previa realista y correcta.
Pero cuidado, un plan demasiado detallado y rígido no permite adaptación y genera inmovilidad táctica, por más que nos dediquemos dar saltos como monos araña delante del enemigo. Así mismo uno demasiado general no tendrá en cuenta muchos casos y eventos, con lo cual si estos ocurren acabaremos con una mayor confusión, del tipo “si yo había planeado, como no se me ocurrió que podía pasar así”.
Buenos y efectivos planes parten de un eficaz y detallado análisis, gracias al cual podemos tener previsto con anterioridad opciones y respuestas, y deben poseer variables que nos permitan adaptarnos con mayor eficacia y rapidez, todo ello en aras de una maniobrabilidad mayor que nos permita sobrevivir y superar al adversario.
Nuestro segundo principio a considerar podría ser algo como lograr vernos intangibles e indescifrables, que nuestro adversario no sepa ni pueda interpretarnos. La efectividad del adversario depende de su capacidad para deducirnos en base a los datos que le regalemos. Si logramos que no pueda razonar eficazmente, que su información sobre nosotros sea incorrecta, ambigua o incluso sin sentido, todo ello generará acciones inútiles, agotadoras y sobre todo desmoralizadoras. Mientras que la acción propia estará basa en acciones examinadas y meditadas con mucha antelación.
El tercer punto es quizás un poco complejo de lograr, al adversario debemos generarle más dudas que retos. El enemigo no es tonto, como mínimo debemos pensar siempre que es tan listo y hábil como nosotros, con lo cual, si le ponemos el reto de solucionar un problema que le planteemos, acabará indudablemente superándolo, más tarde o más temprano. Pero si logramos que en su mente entre la duda, haga lo haga pensará si ello es lo correcto y si no estará yendo a una trampa, esa duda ralentizará sus acciones, llevará a más errores y más dudas, multiplicando exponencialmente el efecto en si mismo, hasta el punto de poder llegar a imposibilitarle de cualquier acción coherente y eficaz.
Por último, pero no menos importante, es el poder disponer siempre de margen de maniobra, tanto física como tácticamente. Ya sea el inmovilizarnos como el de aferrarnos reiteradamente a unos procedimientos “X”, debemos pensar que ello nos resta capacidad de adaptación y respuesta. El persistir en movimiento, e insisto que no solo hago referencia al movimiento físico, nos mantiene muchas más opciones viables que si nos mantenemos inamovibles.
No debemos asignarnos obligaciones que no sean importantes en el momento y lugar, ni adoptar posiciones que nos limiten. La movilidad, y arriesgándome a ser repetitivo y pesado, es tanto física, como táctica y, quizás la más importante, psicológica. Movilidad implica vida, solo la vida tiene movilidad, de una forma u otra.
Todo lo anterior no es algo moderno ni siquiera son cosas exclusivas de guerreros, si buscan un poco de literatura se darán cuenta que desde un lejano y legendario Sun Tzu, pasando por Esopo y su fábula de “La caña y el olivo”, por Napoleón Bonaparte y su genial capacidad, hasta llegar a la actualidad y sus tácticas “modernas”, la movilidad y la maniobra siempre han sido las mejores elecciones y pautas de supervivencia en combate; pero también para los grandes de las finanzas, de la política, o más comúnmente, la de todos los que viven el día a día de familia, trabajo, amigos, facturas, etc.
No es la suerte ni la fortaleza, es la preparación previa, la habilidad y la adaptación las que forjan las victorias.
En resumen, más de 1500 palabras para volver a disertar sobre el modelo del señor Boyd, OODA (Observar, Orientar, Decidir, Actuar), pero con otros términos.
Las vueltas que da la vida, ¿vueltas? ¿Evolución? También es movimiento ¿no?
A lo mejor es tan sencillo como decir “mientras hay movimiento hay vida”, para todo, y solo con cinco palabras. Está claro que me gusta enrollarme.
Y ahora, ¿qué leches tiene que ver el artículo con el título del mismo?
Es una frase de Flavius Vegetius Renatus, del siglo IV DC, y es el origen de la frase atribuida erróneamente a Julio Cesar “si vis pacem, para bellum”, la escribió en el prefacio del libro III “Epitoma Rei Militaris” (Compendio de Técnica Militar). Y significa, “por lo tanto, que quien desee la paz, que prepare la guerra”.
¿Qué mayor preparación que lo expuesto en el artículo?
Cuídense y cuiden de los suyos.